"Larga y lenta fue la marcha de los Eldar hacia el oeste, porque las leguas de la Tierra Media no estaban contadas, y eran fatigosas y sin sendas. Tampoco tenían prisa los Eldar, pues todo lo que veían los maravillaba, y deseaban morar junto a tierras y ríos; y aunque todos estaban dispuestos a seguir adelante, el final del viaje era para muchos más temido que esperado. Por tanto, toda vez que Oromë se alejaba, por tener que cuidar de otros asuntos, se detenían y ya no avanzaban más hasta que él regresaba para guiarlos. Y sucedió al cabo de muchos años de viajar de este modo, que los Eldar se internaron en un bosque y llegaron a un gran río, más ancho que ninguno que hubieran visto antes; y más allá había montañas de cuernos afilados que parecían horadar el reino de las estrellas. Este río, se dice, era el que más tarde se llamó Anduin el Grande, y sirvió siempre de frontera occidental de la Tierra Media. Pero las montañas eran las Hithaeglir, las Torres de la Niebla en los límites de Eriador, más altas y más terribles en aquellos días, y que habían sido levantadas por Melkor para entorpecer las cabalgatas de Oromë. Ahora bien, los Teleri habitaron a lo largo de la orilla oriental del río y quisieron quedarse ahí, pero los Vanyar y los Noldor lo cruzaron y Oromë los condujo por los desfiladeros de las montañas. Y cuando Oromë hubo partido, los Teleri miraron las sombrías alturas y tuvieron miedo. Entonces uno se adelantó de entre el grupo de Olwë, que era siempre el último en el camino; y se llamaba Lenwë. Abandonó la marcha hacia el oeste y arrastró consigo a muchos que avanzaron hacia el sur junto al gran río, y los otros no supieron nada de ellos hasta después de muchos años. Ellos fueron los Nandor; y se convirtieron en un pueblo aparte, que no se parecía a la gente de Olwë, excepto en el amor que sentían por el agua, y vivieron casi siempre junto a las cascadas y las corrientes. Mayor conocimiento tenían de las criaturas vivientes, de árboles y hierbas, aves y bestias, que todos los otros Elfos. En años posteriores Denethor hijo de Lenwë se volvió nuevamente hacia el oeste, y condujo parte de ese pueblo por sobre las montañas hacia Beleriand, antes de levantarse la Luna."
( El Silmarillion, J.R.R. Tolkien) Ya, ya lo sé, estoy de un tolkiendili que no hay quién me aguante. Pero es que llega el otoño, salgo al bosque, cierro los ojos, escucho y me siento la elfa que siempre quise ser. Luego llego a casa, me acurruco con mi pollo bajo la manta y releo por enésima vez el mejor libro del mundo. Si todo ésto no es amor, ya me diréis qué es. Hay muchos tipos de amor, no todos tan puros como deberían ( y, por tanto, no tan amor como dicen ser), pero esta vez quiero representar el amor por el sabor del agua helada de los arroyos, por el trino de los pájaros, por el tacto de la hierba, por el color del otoño, por el olor de la tierra mojada. Por la tierra, por la vida. Todo eso se nos ofrece sin más, está ahí para nosotros, sin pedirnos nada a cambio, salvo que permitamos que siga ahí para los que vendrán después. Amo la tierra y la quiero libre, la quiero salvaje, la quiero eterna. La quiero como la querían los Nandor, que eran como ella. No os perdáis las amorosas fotos del resto de compañeros, aquí.
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